Después de mas de 70 años de aquel estúpido crimen, de aquellos estúpidos crímenes, nada se sabe con exactitud de donde enterraron al mas grande de los poetas españoles ni de quién “apretó” el gatillo en aquel fatídico tiro de gracia que le dieron al de Fuentevaqueros.
Lo que si parece que es pieza de coincidencia de todos, estudiosos, hispanistas, políticos y literatos es que a Federico lo mataron por odio. Por odio a lo hermoso, a lo único, a lo extraordinario, a lo nuevo... A Federico lo mataron por todo eso.
Y por eso, por odio, son algunos capaces de matar. Por odios. Siguen siendo los mismos de siempre, los de la comunión diaria y golpes de pecho, los de la conciencia tranquila por lo que aportan al cepillo dominical y los que aprietan los dientes de tal manera que no se les quiebra la dentadura porque ya se les quebró, como la vergüenza, hace tiempo.
No se esconden, hablan en público y privado, se creen únicos, de una sola especie y son incapaces de mantener un diálogo sereno mas de cinco minutos. Al final, como siempre, les hunde la miseria humana y los dolores de parto, aunque se consideren los mas machos del territorio. Y lo peor es que lo seguimos teniendo muy cerca de nosotros. Pero también los tenemos “calados” desde hace muchos años.