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He escrito muy poco de mi madre desde que se fue. Y también le escribí poco antes en vida y de verdad que lo lamento desde el fondo de mi corazón. Lo último que recuerdo fue aquel texto de “La puerta abierta” pocos días después de marcharse callada y sin avisar, hace ya cuatro años.
Y cada día, es verdad, la recuerdo mas y la quiero mas. Que difícil el camino -aunque sea por ley natural y de la vida- cuando la que te parió ya no está a tu lado. Posiblemente para que te comprenda mejor que nadie.
Recuerdo esos bellísimos versos que puso en sus labios “la mas grande” de Rocío Jurado y que pregonó por el mundo entero: “...algo se me fue contigo, madre/ en las alas de tu alma, madre/ las raíces de mi vida, Madre/ en tu vientre se quedaron, madre/ en la tierra que tu abonas, madre/ algo mío te acompaña, madre...”. Absolutamente maravillosos.
O la letra del genial Enrique Villegas en su comparsa “El Oro de Andalucía”, en 1964 que decían eso de “...ese día que a las “mares”/ se dedica “to” los años/ “to aquel” que se llame hombre/ no debiera olvidarlo... / que mas quisieran algunos/ poder decir “mare mia”/ poder sentir su presencia/ en los ratos de amargura/ y en los ratos de alegría.../en ese día de las “mares”/ que se acuerde quien la tenga/ y dedique un homenaje/ a lo mas hermoso que existe en la tierra”. Eternamente dulce.
Qué pena que a algunos se nos marchara la madre tan pronto para poder decirle cosas bellas y apretarla en un día tan señalado. Y de veras que la quiero como nunca. Pero me quedo con su dulzura y con sus miles de enseñanzas. Esas me las llevo yo para siempre y, algunas, las transmitiré a mis hijas.
Porque con ella “...algo se me fue contigo, madre”.
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