La vieja barbería de los Vega era una de las dos que había en la barriada desde tiempos inmemoriales. Allí se pelaban mi padre, mis tíos, primos y hasta mi abuelo. Era cosa de herencia por las dos partes. Ellos venían de una familia de barberos que cortaban el pelo por dos perras chicas desde los años 30 a todo buen hijo de vecino. Los nuestros se pelaban allí o en Casa Luís, que estaba en la esquina de la calle paralela por la que se cruzaban los amigos y la familia toda la vida...
En la barbería de los Vega la presidencia estaba en las hojas de afeitar, la gran silla de hierro y blanca cerámica y el gran cristal. El espejo que inundaba uno de los testeros de la pequeña habitación que un tiempo, incluso, sirvió de correos. Los viejos del lugar se acuerdan, yo a penas tenía pantalón corto y desde luego ni un solo pelo en la barba.
En la Casa de los Vega se hablaba de fútbol y de perros. La cacería formaba parte de las largas tertulias de los dos hermanos que, me consta, luego heredaron al resto de la familia. El honor y el orgullo formaba parte del ambiente que se respiraba en las piezas de caza que cada uno de los visitantes lograban.
En las paredes, muchas fotos y viejos calendarios, ya agotados, de perros de caza. Allí aprendí que existe el mastín y el galgo. Dos perros emblemáticos y unidos a la afición de los entrañables y recordados hermanos Vega.
Y allí aprendí, fue allí, esa frase que de vez en cuando recuerdo; "...cuando el camino es largo, mas corre el mastín que el galgo...". El que sepa que entienda.
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