martes, 28 de agosto de 2018

La Vieja Tienda


Miguel siempre fue un chico inquieto. La gente de su edad lo recuerda bien de chaval cuando siempre quería capitanear los equipos de futbol que había cerca del Puente del Llano, donde se bebía su infancia a golpe de balones. Luego llegaron las fiestas de la adolescencia con las niñas del pueblo hasta que un día se atrevió, gracias a unas perrillas que ganaba en la vieja tienda de sus padres, a comprarse una motocicleta con la que ir a "la capital" y los pueblos mas cercanos.
 
Luego sus buenos padres le mandaron a  estudiar a la capital, la de verdad, aunque solo duró un curso y medio porque Miguel no era mucho de clavar los codos encima de la mesa para estudiar...
 
Hasta que regresó al pueblo y se metió en una nueva tienda para la familia. Y luego en otro asunto mas de negocio y otro mas... De alguno salió regular, pero de la mayoría de las ideas la cosa le salía de color petardo. Pero al final, siempre sus padres, resolvían con los pocos ahorrillos que tenían los entuertos de Miguel. Buena persona si que ha sido, eso si. Pero también un poco cabeza loca este Miguel. Amigo mío.
 
Hasta que un mal día se decidió por eso de la política. Y se animó a coordinar proyectos. Un día uno y otro por otro, hasta que logró su aspiración de convertirse en primer mandatario de la que dijo era su ciudad.
 
Pero luego se quemó. Y lo quemaron. Y se volvió a quemar y lo destrozaron. Después de tantos años, de luchas, batallas y fotos, su imagen se diluyó por medio del paisaje hasta perderse en el infinito...
 
El otro día, después de muchos años, me lo volví a encontrar. Había regresado a su tienda vieja de la infancia, la de sus padres. A sus orígenes, a su niñez. Ya sus padres no vivían, pero le habían dejado el legado de que todo termina donde empieza y donde empieza se debe terminar.
 
Le alegró verme y me alegró verle fuera de tanta miseria y bajeza que hay en la política de todos los colores y dibujos. Ahora es feliz; "...por lo menos lo que hago lo hago por mi y mi familia. La ingratitud es muy mala, Jose", me dijo sonriendo de oreja a oreja. Y yo le vi feliz en su salsa, que diría el otro.
 
Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia, es verdad. Porque es pura verdad, aunque haya cambiado nombres, lugares y espacios...

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