Y ahora todo es silencio. Tu casa, tu cama, tus paredes, tu sonrisa, tus amigos, tu familia, tu yo y mi tu. Todo es silencio en el cielo y el firmamento que has vivido. Ahora, en otro mundo, en otras latitudes, tan cerca de ellos que tanto amaron y que te cuidaron siempre.
Duro, hermano. Muy duro en un duelo que parecerá eterno y que nos acompañará durante nuestra existencia. Sin explicación a tantas preguntas, a tantos interrogantes que no encuentran respuestas.
Tu perro, tu bici, tus zapatillas, el olor de tu ropa, tu juego de cordel, tus baños en el mar y la sonrisa, siempre tu sonrisa de caramelo para todos. Así todos te acompañaron en la despedida, en el adiós que nunca debimos ver los hermanos mayores.
Y tus hermanas, tus hermanos, tus tios, tus sobrinos, tus primos, todos. Todos evocando una marcha tan repentina, tan dolorosa y tan solitaria. Un adiós incomprensible que no entenderemos si no es desde la fe, tantas veces dura y escrita con renglones torcidos.
El manto de la Virgen del Carmen, a la que tantos pétalos de flores le echaste siendo un niño desde la azotea de la casa de los abuelos te pasó por encima en el día del Carmen, cuando aún nadie se creía lo de tu marcha.
Y ahora, los sueños siguen. Tus sueños de niño, tu hablar inglés como un foráneo que aprendiste en pocos meses, tu pasión por la familia, tus besos de niño, tu piel dura por el sol y tu cariño hacia todos.
Te echaremos de menos, hermano. Y no se como he llegado al final de estas palabritas de amor eterno que dibujo sobre el cielo de nuestro Puente de siempre. Te queremos, te querremos por siempre hermano. Dále un beso a los que están a tu lado. Hasta cualquier día de estos...
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