martes, 22 de junio de 2010

Seguridad

Fue una mañana fría de febrero hace unos años, en medio de un domingo de Carnaval en mi pueblo. En una estúpida maniobra desconocida perdí a uno de mis mejores y honrados compañeros. Y además, amigo de verdad. No se que pudo pasar aunque todos nos peguntamos mil veces qué puñetas pudo pasar en aquel triste segundo que rompió una vida. O quizás más.

Están poniendo en estas últimas semanas un buen montón de protectores para motoristas en los “quitamiedos” de las vallas de nuestras carreteras en el Campo de Gibraltar. Y me parece muy bien; lo aplaudo, lo apoyo y lo respeto.


Pero aquel frío domingo de febrero, cuando vi el coche destrozado de mi amigo, su cuerpo sin vida a pocos metros del centro urbano de mi pueblo y el impacto en el fondo de un puente desde el que que cayó, me quedé helado cuando al reconocer la parte alta, justo en la autovía, vi que una de las gavillas de los “quitamiedos” esta tan suelta como podría estar una pala en un montón de arena. Sin fijación, sin cemento, sin agarre que garantizara su “estabilidad”, sin apoyo sostenible.


No sé si eso tuvo que ver o no en el fatídico resultado de aquella triste pérdida que he recordado tantas veces. Pero, a lo peor, alguien debería revisar esporádicamente la “estabilidad” este tipo de instalaciones, que creo necesarias.


Guardo un pequeño recuerdo de aquel amigo. Recogí una pequeña figura de ajedrez de la calzada. Aquella partida la perdió mi amigo José Luis. Yo me quedé con el caballo. Fue un jaque mate con todas las de la ley.

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