viernes, 26 de abril de 2019

La Elegancia de Votar


El despertador no sonó esa mañana. Era domingo. Un buen desayuno con algo de churros y café intenso para empezar a suspirar en la mañana mas calurosa de toda la primavera. Una llamada de teléfono sutil para ver si estaba despierto y arrancar el día con esa sonrisa matinal que a muchos inunda.

Un montón de papeles en la casa -maldita sean otra vez, un día desaparecerán- que no servían para nada porque el voto ya estaba decidido desde hacía rato.

Seguía siendo hora de pensar en los que vienen detrás, en los que se fueron y por supuesto, joder, en los que estamos. Porque aquí estamos.

Una imagen vaga de unos abuelos con unos sobres en la mano y guardados en el delantal camino del colegio para depositar el voto de la esperanza. Y el voto de unos padres que siempre quisieron lo mejor para sus hijos. Y ahora los hijos que siguen pensando, 40 años después desde aquel principio de democracia recuperada, que deben tener la hermosa costumbre de emitir un voto en libertad pensando en unos y en los otros.

Porque no se ha descubierto manera mejor de pensar y creer en el futuro desde nuestra libertad que no sea echando un sobre con un voto en una urna transparente, que sea tan ilusionante como aquellos que empezaron a creer en lo que ahora tenemos allá por la segunda mitad de los años 70 del siglo pasado.

Y al llegar al cónclave para depositar el voto, elevas la mano sobre la urna, emites tu voto y te das media vuelta --como la canción de Pimpinela-- hasta tomar la calle y que el sol nos alumbre un día espléndido.

Cada uno echará el papel que quiera --yo se los que nunca voy a echar-- y al final de la noche nos llegarán los datos de la ilusión, seguro. Habremos cometido la sana y divertida elegancia de votar en primavera.

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