viernes, 6 de abril de 2012

Los Hijos Perdidos


Estaba ansiosa por llegar el día del parto. Había preparado con el poco salario de su marido la llegada de la buena nueva a casa con el mayor mimo del mundo. Le compró algo de ropita, una cuna grande aunque humilde, un carrito de coche y unos cuantos pañales para las primeras semanas. Era la ilusión de la casa, el encanto de aquel matrimonio que trabajaba duro por crear un hogar inmenso y lleno de felicidad.
Las noches eran largas; mareos, fatigas y desvelos por saber como sería la nena, como tendría los ojos, a quien parecía su cara, de qué color era su pelo. Hasta que llegaron los nueve meses y la emoción se hacía nervios a todas horas hasta que los dolores le dijeron que "había llegado la hora". Y llegó.
Todos estaban atentos, animados y esperanzados en que la llegada saliera bien. Pero no fue así. Un médico cincuentón, con barba blanca y voz potente acudió a la habitación de la recién parida y le dijo sin piedad que "habían surgido algunas complicaciones y que se temía por la vida de la niña...". Todo acabó en un segundo.
Desde entonces, María, no puede dormir bien de noche. No engendró mas. Siempre que ve una cara de niña pequeña sospecha que es su hija, que está en algún lugar.
No le dejaron ver su cuerpecito "...porque eso es muy desagradable". Juan no levanta cabeza desde entonces y de esto hace casi 30 años. Ha envejecido con los años y la angustia de saber que su pequeña del alma no la vio nunca.
María está ahora en sus últimos meses de vida porque se la llevará un mal de nuestro tiempo en pocas semanas, si no se hace un milagro. Juan dejó de trabajar por sus crisis de ansiedad y sus depresiones. La vida les ha regalado muy poco. Confían en que "cuando se marchen" verán a su hija crecida, posiblemente madre de familia y con unos nietos que nunca pudieron disfrutar.
Allá donde se vayan verán cual feliz en su hija en los brazos de un hombre que, igual que ella, reciben el apoyo de una "madre" que un día le prestó el destino.

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