domingo, 22 de julio de 2012

Bella Bolonia

Una vez que se llega a la Nacional 340 entre Vejer y Tarifa, una vez alcanzada la entrada a Bolonia, te giras y a poco menos de 10 kilómetros empieza la armonía. Bajando suavemente las pendientes naturales, desde la calzada se empieza a ver una panorámica extraordinaria que llega a crear una mezcla de sensaciones hermosas que solo se disfrutan cuando se viven.
Llegas a miles de metros cuadrados de arena suave, limpia y brillante que roza el mar de vez en cuando y donde se asienta un poblado desde hace cientos, miles de años. Allí están las muestras de la arqueología y aquí están las casas de los pescadores y promotores de un turismo controlado que se está manteniendo desde hace decenios.
Luego llega el acantilado, las dunas, la espuma del mar y el poniente y el levante que de vez en cuando se pelean para ver quien domina a quién. Todo lo demás es la fantasía de cada uno, la vida y la libertad de cada uno.
Mis amigos y familia que sabe de mis pasiones por esto de la playa todo el año -mas aún en la época del verano- conocen que disfruto de estos espacios cuando tengo un rato para escaparme, dos o tres veces al año. Pero merece la pena.
Conocí esta playa hace casi 30 años cuando, por circunstancias familiares, me trasladé a vivir por un periodo a Zahara de los Atunes, otro encanto de nuestro litoral gaditano. Desde entonces, mi peregrinación voluntaria hacia Bolonia la intercambio con la visita a Zahara, donde también la plenitud tiene casi su apoteosis.
Bella Bolonia. Estos días he vuelto a ir. Como ayer y como hace tantos años. Bolonia merece la pena, igual que sus dunas.

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