miércoles, 15 de junio de 2016

La Caja China

Me la regaló por la mañana, el día antes de su marcha. Como buena señora con enormes sentimientos y corazón la aceptó de un regalo que le hicieron. Pero no le cabía en el equipaje de regreso a su país. Y me la dio con el deseo de que se quedara en las mejores manos. La conocí poco tiempo, es verdad, pero la quise, casi, como a una madre.

      Ella me entendía y yo la entendía. Ella casi me conocía y yo casi la conocí. La caja China que me regaló ella la guardo en el mismo espacio que ella habitó unos meses de su vida pasando por la mía muy cerca.

      Fue una señora y me entendía perfectamente. Las veces que hablamos con alguna profundidad, no muchas, me respiraba esa confianza y serenidad de las personas mayores -ella no era tan mayor, no- que casi me entendía con un gesto, una sonrisa, una mirada...

     Luchó como una brava toda su vida para sacar la casa adelante y el destino se empeñó en darle trompazos en la cara y en el corazón..., su enfermo corazón.

     Ya enferma y sin pensar que se fuera tan pronto del suelo que pisamos le regalé un aparato de radio para que en sus largas esperas de hospital se le hiciera la vida algo mas alegre. Allí escucharía en alguna de esas emisoras del país la música que de fondo sonó en su vida mientras trabajó en tantos bares y locales de baile de su tierra amada por cuatro pesos que ayudaban a sobrevivir y mantener a sus hijos.

      Se fue casi sin avisar. Casi de pronto y sin poder volver a besar su mejilla de señora. Con esa categoría que no da el dinero ni el poder, ni los bienes ni las propiedades. Solo su enorme sonrisa de China, como la cajita, me hace suspirar de vez en cuando. Y me hace creer en el ser humano mas de una vez.
Esa cajita, China, la guardaré toda mi vida. Hasta que volvamos hablar de nuestras cosas como tantas veces. La elegancia hecha mujer, sin despreciar. Y sin un duro en su cartilla. ¿Para qué?. Hermosura haberte conocido, amor.

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