jueves, 27 de diciembre de 2012

Una Vieja Lata de Hierro

Se guardaba en el lugar mas alto de la alacena, al lado de la gran vasija de barro que solo servia para hacer los roscos con bolitas de anís que abuela hacía como los ángeles por la Pascua. 
Guardaba el gran secreto de la familia, protegida con esmero, y mucho celo para que no entrara siquiera una mota de polvo. Ni la humedad podía con ella. El hierro que forjaba su estructura servía para proteger cualquier cambio de clima o de temperatura por los años de los años.
Cuando venía visitas a la casa era el motivo y centro de las conversaciones. La caja de hierro o de lata que tanto pesaba para nuestras pequeñas manos y que abuela o cualquiera de los mayores de la casa subía con rápido movimiento sin que le pesara formaba el run-run de las conversaciones pasajeras.
La abuela siempre cuidaba de que nadie tocase ese joya de la familia que formaba parte de la estirpe y del apellido, humilde, de la casa de los pobres y los honrados. Así un año y otro mas. Y otro y muchos mas.
Hasta que se fueron, casi sin despedir. Hasta que la lata se fue quedando sola con las nuevas sonrisas y unas nuevas y jóvenes manos la tocaban.
En aquella lata, en aquel viejo cajón, las fotos de la familia. Los recuerdos mas sagrados que se pasaban de manos a mano y que vieron cientos de ojos, reconociendo a padres, abuelos y bisabuelos...
Hoy guardo yo esa caja. Ser el mayor de todos los nietos de la abuela me dio ciertos privilegios que comparto con mis hermanos.
La caja, la lata de hierro, seguirá en las mejores manos de la familia. Para que el futuro siempre recuerde que tuvo un pasado.

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